Tripulación del crucero "Lepanto" |
Pepa Martínez 27 Noviembre 2011
El "Lepanto",
el "Sánchez Barcáiztegui" y el Almirante Valdés se encontraron frente a
las costas de Melilla, recibiendo órdenes de estar preparados para
bombardear, tan pronto se les ordenara, los acuartelamientos y puntos de
interés estratégico e impedir, echándolo a pique, si preciso fuera, que
ningún buque con tropas abandonara el puerto. En contra de lo que
ocurría en los otros dos buques, el comandante Fuentes estaba dispuesto a
cumplir las órdenes del Gobierno - no así sus oficiales, que
se manifestaron del laqdo de la sublevación - Mientras que los otros dos
barcos entraron en Melilla, el Lepanto detuvoi las máquinas en el
último momento y dio marcha atrás. Aun desasistido por sus oficiales,
don Valentín recibió el apoyo del resto de la dotación para mantener su
fidelidad a la República.
El Lepanto
permaneció navegando, en vigilancia, frente a la plaza, informando de
sus movimientos a Madrid, así como de su posición de inferioridad frente
a los otros dos destructores y permaneció voltejeando frente a la costa
hasta la llegada de un grupo de submarinos enviados por el Gobierno.
Mientras tanto, el Sánchez salió, aproando hacia Poniente y más tarde,
el Valdés, arrumbando al Nordeste.
Esa noche
recibieron orden de marchar hacia Barcelona, pero hubo de cambiar el
rumbo ante la inesperada contraorden de aproar hacia Málaga.
Crucero "Lepanto" |
El capitán de corbeta Monreal, que el día anterior había venido desde Madrid, en avión, para tomar el mando del Sánchez, los recibió en el muelle, puño en alto y con vivas a la República, que fueron coreadas por la tripulación.
El comandante se acercó a cumplimentar al gobernador civil y al regresar a bordo, encontró a la dotación muy alterada. Se presentó ante él una representación para informarle de lo que habían votado en su ausencia.
– Don
Valentín, hemos decidido por mayoría detener a los oficiales de esta
lista y conducirlos al “Monte Toro”, a disposición del Gobernador Civil,
porque son unos traidores.
– ¿Habéis decidido? ¿Quiénes sois vosotros para decidir nada?
– Don
Valentín, la decisión la hemos tomado por votación de toda la dotación
del buque y ha sido aprobada por don Federico Monreal, que ha venido de
Madrid con poderes del Gobierno. Los oficiales tienen que ser
desembarcados, porque sospechamos que son amigos de los golpistas.
Ante
situación tan imprevista, se despertó la confusión en don Valentín.
Aunque los oficiales, frente a las costas de Melilla, habían manifestado
su postura favorable a los sublevados, dejaron de lado su opinión tan
pronto él, en calidad de comandante del buque, tomó la decisión de
ponerse de lado del Gobierno.
- Si a bordo no quieren a los oficiales – dijo el Comandante – Me voy con ellos.
- Usted es bueno, pero su segundo y el resto de la oficialidad, no ¡No los queremos! – le dijeron.
Le
dijeron que si prefería irse con los oficiales podía hacerlo, pero
tendrían las debidas consideraciones con él y con el 2º Comandante y les
ir a un hotel, a sus domicilios, o a donde creyeran oportuno.
Una vez el
Comandante abandonó el barco, llegó el Capitán de Corbeta don Federico
Monreal y Pilón, el que los había recibido al llegar a puerto, y habló a
la dotación, reunida en la toldilla, diciendo que él podía asegurar que
don Valentín Fuentes era leal al Gobierno de la República y que hacía
falta para llevar el barco. Finalmente, decidieron que el Comandante
debía quedarse; mandaron a una comisión a buscarle a la estación. Allí
estaba, vestido de paisano, esperando desde hacía casi media hora el
tren en que pensaba llegar a Madrid. En principio, se volvió a negar a
permanecer en el barco sin los oficiales, pero accedió finalmente, tras
repetidas peticiones y a su regreso comenzaron a embarcar a los
oficiales y al Segundo Comandante en un bote.
Los llevaron, según disposición del Gobernador Civil, al Vapor Monte Toro, y posteriormente, al J. J. Síster.
Don
Valentín mandó un oficio para el Gobernador Civil de Málaga en el que
le interesaba que fueran tratados los oficiales con toda clase de
consideraciones, por no haberlos desembarcado nada más que por
sospechas. También envió una nota al capitán del buque de la Transmediterránea,
explicándole que se trataba de hombres leales, pero sospechosos de
tibieza según la marinería, y también le encargó al Capitán de
Carabineros, al frente de esa prisión improvisada, que tuviera en cuenta
que el estatus de los oficiales era el de “alojados” no el de
detenidos, y que debía protegerlos de cualquier atentado.
Siguiendo
las indicaciones del Condestable Paz se formó el Comité del buque. Y el
mismo día 20 por la noche, el Lepanto recibió orden de salir de nuevo a
la mar. Había llegado una información de que cerca de Fuengirola
acababa de desembarcar un considerable contingente de moros. A partir de
ese momento, el buque entró de lleno en la nueva situación en que se
encontraba el país: el estado de guerra.
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