Más de la mitad de los maquis andaluces perdieron su vida combatiendo en la sierra entre 1939 y 1952
Andaluces, - 9 octubre 2014
Muchos no llegaron ni a un juicio, un simple disparo de la Guardia Civil bastó para quitarlos de en medio sin saber a día de hoy ni dónde se ubican sus cuerpos. El catedrático de Historia Contemporánea Miguel Ángel Melero, de la Universidad de Málaga, rescata las hazañas de aquellos héroes en el libro ‘La Memoria de Todos’, editado por la Fundación Alfonso Perales. La historia del guerrillero Rafael Palacios Luque, alias el Chavero, es una de las más impactantes. Antes de morir dejaría escrito en el cartón de un paquete de papel de fumar marca Smoking, una carta de despedida y de indignación.
El último censo realizado por el historiador Eusebio García Padilla recoge que Andalucía tenía en aquel tiempo un ejército guerrillero de 717 hombres, distribuidos principalmente entre Sierra Morena, la comarca de la Axarquía y la Sierra de Aracena. “Las condiciones de vida de los guerrilleros eran muy duras. Al hecho de ser represaliados hay que sumar las condiciones de vida en medio de la sierra, que resultaban bastante extremas, y encima vivían en la desconfianza del compañero y de que los cuerpos de seguridad se lanzaran contra ellos”, destaca Melero.
141 de los maquis muertos fueron abatidos en enfrentamiento directo con la Guardia Civil, mientras que 159 lo fueron por la delación por parte de exguerrilleros apresados, que tras las torturas terminaban por ‘cantar’ algún nombre o ubicación.
HISTORIA DE UN GUERRILLERO
Rafael Palacios Luque, el Chavero, era uno de aquellos jóvenes, pertenecientes a las Juventudes Socialistas. Su fuerte compromiso político le llevó a luchar en el frente republicano de Antequera, dando a la causa republicana sus mejores años. Finalizada la guerra, Palacios sufriría largos años de cárcel franquista tras ser capturado, hasta que en 1945 se convierte en un hombre de la sierra. Los datos históricos no determinan si este el republicano fue indultado en 1943 o finalmente huyó de prisión. Lo que sí se conoce es que en aquel camino lo acompañaría su amigo a partir de entonces, Juan López Quero.
El asedio contra los guerrilleros por parte de las fuerzas de Franco era agotador para los maquis, a pesar de que a partir de 1945 se revitalizaría aquel ejército por la esperanza contar con el apoyo de los aliados, vencedores en la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, Melero apunta que “1945 fue el año de inicio del proceso de consolidación del régimen franquista”, lo que provocó que tras el apogeo del ejército guerrillero, la represión hacia éstos fuera mucho más fuerte.
A partir del verano de 1945, el Chavero no dejaría en ningún momento de ser perseguido y asediado por las batidas que la Guardia Civil realizaba por la zona sur de la sierra antequerana. La situación se hizo cada vez más y más asfixiante, dejándolos apenas sin fuerzas. El censo del historiador García Padilla registra nueve casos de guerrilleros que “murieron de enfermedades que en la sierra eran imposible atajar, o incluso optando por la vía del suicidio ante el acorralamiento”.
¡VIVA RUSIA! ¡VIVA STALIN!
Esta fue la situación en la que se vio inmerso el Chavero y su amigo Quero la noche del 8 de julio de 1945. Melero apunta que “pasaron la noche en una de las cuadras de un cortijo malagueño llamado La Higuera”. Tras pasar allí las últimas horas, ambos combatientes dejarían una nota final y al lado de ellos quedarían sus pocos enseres amontonados: dos carteras, dos cinturones, una fotografía de un niño pequeño, dos peines, un lapicero, una navaja, una funda de arma corta y varias cuchillas de afeitar.
La nota del Chavero y su compañero quedaría escrita en un librito de papel de fumar marca Smoking y en ella detallaba: “Tomamos esta determinación porque no estamos armados, y sin salida posible, ya que para dos hombres más valientes que todos vosotros, traéis más fuerza que si fueseis a tomar Moscú. Viva Rusia, Viva Stalin. R. Palacios y José López”.
En 1947 sería ya erradicada el primer bloque de aquella resistencia guerrillera, cayendo la III Agrupación del Ejército Guerrillero de la Zona Centro. Solo cinco años después, en 1952 la intensa actividad de legionarios y regulares en la sierra acabaría con los últimos focos y con los enlaces de ayuda, conocidos como “los mosqueteros del llano” que permitieron que la lucha de resistencia se prolongara hasta bien entrada la década de los cincuenta.
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