Entrevista a Antonia Mª Manot, madre de Jon Paredes Txiki
Noticias de Guipúzkoa, 27-09-2014
ANTONIA MARÍA MANOT, MADRE DE JON PAREDES ‘TXIKI’, FUSILADO EN 1975, RECUERDA SUS VIVENCIAS Y SUS ÚLTIMOS MOMENTOS CON ÉL
UN REPORTAJE DE ENRIQUE SANTARÉN – Sábado, 27 de Septiembre de 2014
Todavía hoy, casi 40 años después, sigue escuchando por la calle los saludos de la gente: “Agur, ama”. “Y yo los miro y no los conozco. No sé ni quiénes son”, dice. Pero ellos sí la conocen, y no la olvidan. Es Antonia María Manot, la madre de Jon Paredes Txiki, uno de los cinco últimos fusilados por el agonizante franquismo aquel infame 27 de septiembre de 1975, hace hoy 39, simultáneamente con Anjel Otaegi, José Luis Sánchez Bravo, Ramón García Sanz y Humberto Baena.
Ella recuerda como si fuera hoy el momento en el que se lo advirtió su Jon -siempre se refiere a él como “mi Jon”- apenas una semana antes de que aquel pelotón de voluntarios de la Guardia Civil le acribillara, atado de pies y manos mientras cantaba el Eusko Gudariak y gritaba Aberria ala hil!, en un monte cerca del cementerio de Cerdanyola del Vallès, en Barcelona.
-Ama, vas a perder a un hijo.
-Ya lo sé, maitia.
-Pero vas a ganar muchos hijos en Euskadi.
“Fueron las últimas palabras que me dijo. Pero es verdad. Después de que él murió, yo iba por la calle a trabajar, o donde sea, y los chicos jóvenes me decían adiós, ama, ¿quieres tomar un café? Y yo me decía ¿cómo sabría mi Jon que los chicos se acordarían de mí? Así me dijo, que iba a perder a un hijo, pero iba a ganar muchos. Y los gané. Pero él se fue. Él se fue. Como tantos. Es que han hecho unas calamidades que…”.
Sentada en la mesa de la cocina en el lugar que solía ocupar su Jon, Antonia María Manot va desgranando sus recuerdos a borbotones. Ante la mirada de sus hijos Mikel -el mayor- y Lupe, que le ayudan a precisar sus recuerdos, habla, señala, gesticula, casi interpreta los diálogos mientras abre sus ojos entre azules y verdes que a sus 85 años aún conservan el brillo, con un inconfundible acento extremeño matizado por medio siglo de vida en Zarautz, adonde llegó, con cinco hijos a cuestas, desde su natal Zalamea de la Serena, en Badajoz.
Ahora, se siente “más vasca que extremeña”. “No tengo muchos recuerdos de allí. Era otra vida, la vida del campo, no había nada. Me vine con el marido y cinco hijos, y luego nacieron otros dos aquí”. Sigue viviendo en el piso que, con tanto esfuerzo y “trabajando como una burra”, lograron comprar tras ocho años de alquiler en una buhardilla. Es una vivienda pequeña, modesta, acogedora, en un bloque de construcción típica de los 60, donde se hace difícil imaginar espacio para siete hijos. Para colmo, el marido murió tan solo un mes después de entrar a vivir en el piso. Lo encontró en la cama el propio Jon.
No le resultó duro abandonar Extremadura. “Allí no había vida. Aquí, aunque fue muy duro al principio, la vida era distinta. A mí me ayudó mucho la gente, desde que puse los pies aquí. Puedo contar muy buenas cosas, pero de allí no”.
Con tantas bocas que alimentar, los inicios fueron complicados. Ella trabajaba sirviendo en el comedor de los franciscanos y luego lavando ropa hasta para la reina Fabiola, que tenía en Zarautz una de sus residencias de verano. “Así fuimos tirando”, resume.
En este entorno creció Jon Paredes que, aunque nacido también en Zalamea, se educó fundamentalmente en Zarautz. Un joven vital e inquieto, pequeño de estatura como indica su sobrenombre, Txiki. “¡Todo lo bueno que era! Y no es porque haya faltado. Nunca pedía nada. Me decía tú apáñate, ama, con un pantalón tengo bastante. No pedía ni la paga. Nunca te daba una mala razón. Por eso dicen que los buenos se van. O se los llevan, ese no se fue. Lo que le hicieron no tiene perdón”.
Eran tiempos de dictadura, de tiranía, de falta absoluta de libertad, de represión. El joven extremeño Juan Paredes toma conciencia y pasa a llamarse Jon. “Quiso cambiarse, no quería que le llamasen Juan. A ver ama, si Jon te cuesta menos, es más corto, me decía. No sé qué tenía aquel chico con Euskadi”, dice su madre. Quizá no lo sabía porque Txiki era muy reservado. “No era hablador, no le gustaba mucho hablar”. Ni siquiera supo nada cuando tuvo que escapar y pasar a la clandestinidad al verse perseguido por la Policía. Los malos presagios llegaron cuando la Guardia Civil tiró la puerta abajo en busca de Jon. “En mi casa nunca han encontrado nada, ni una pistola, ni nada”, dice. Luego, llegó su detención en Barcelona, el 30 de julio de 1975, y es cuando se le considera militante de ETA político-militar y se le relaciona con la muerte de un policía durante un atraco a un banco. En 58 días es arrestado, salvajemente torturado, enjuiciado, sentenciado y fusilado. Durante todo este tiempo, a Antonia María no le permiten ver siquiera a su hijo, salvo en el juicio.
Durante su estancia en la cárcel Modelo de Barcelona, no pudo estar con él. Solo tras el consejo de guerra sumarísimo al que se le sometió a Jon -un simulacro de juicio, sin garantía alguna, sin atención a las pruebas y a los testigos y con la sentencia de muerte ya dictada-, celebrado el 19 de septiembre, pudo darle el último beso. “Había ocho o nueve guardias y él, tan pequeñito, en el medio… No podíamos ni hablar con él. Ya cuando se lo iban a llevar les pedí: ¿no me van a dejar darle un beso a mi hijo? No me escuchaban, como si no estuviera. Luego, alguien dijo: Dejadle aunque sea que se despida. Y entonces salté y me dejaron darle un beso”.
Casi sin respiro, de carrerilla, Antonia María tira de recuerdo y de dolor. “Le miro y le veo el cuerpo negro. Tenía un cuerpecito… No valía nada, consumidito, pequeñito… De todo lo que le habían jarreao. No parecía ni él.
-Huy, Jon, ¿cómo tienes el cuerpo, mi niño, qué te han hecho?
Y delante de todo el mundo, dice:
-Ama, venía uno a torturarme y ¿sabes lo que me decía?
-¿Qué, maitia?
-“Vasco extremeño, qué duro eres, que no has dicho ni un nombre”. ¿Yo como iba a dar un nombre, ama? Por mí no cayó ni uno. Pero no te apures porque tenga el cuerpo negro. Vas a perder un hijo, pero vas a ganar muchos en Euskadi.
Casi 40 años después, con diez nietos y un biznieto, Antonia María Manot y su familia miran hacia el futuro. “Yo moriré, los otros morirán pero no lo van a olvidar. Ayer, mi nieto de seis años me dijo: Amona, ¿sabes? Jon estaba en una foto en la ikastola. Venía contento. Estarán con el recuerdo de su tío toda la vida”. Y entonces suspira: “Parece que la cosa está cambiando. A ver si es verdad”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario