martes, 15 de noviembre de 2016

ARACELI RUIZ: "YO TAMBIÉN FUI UNA REFUGIADA"


Araceli fue uno de los 40.000 niños españoles que, entre el 1937 y 1938, fueron acogidos voluntariamente en la Europa de entreguerras.
 “Mi padre quedó en la cárcel. Mi madre, madre de seis hijas, se moría de pena cuando las bombas comenzaron a caer sobre Gijón. Ella quería darnos una vida mejor y, cuando se enteró de que la URSS iba a acoger a 3.000 niños españoles, no lo dudó y nos apuntó”.
Entre los centenares de criaturas que las diputaciones de León y Asturias refugiaron cerca del  puerto de El Musel  hasta que su barco pudiera partir, se encontraban Águeda, Conchita, Araceli y Angelines, cuatro de las seis hermanas Ruíz.
 “Te puedes imaginar lo que era aquello; todos los niños llorando. La mayoría eran hijos de mineros. Y así estuvimos varios días esperando porque el Cervera, el crucero de Franco anclado frente al puerto, amenazaba con hundirnos”.

Araceli, en el centro

… Y llegaron a Leningrado:
 “Aquí éramos hijos bastardos de republicanos. Allá, San Petersburgo se volcó en recibirnos con pancartas que decían ‘bienvenidos los hijos del heroico pueblo español”. “Igualito que ahora en Hungría o Macedonia” ironiza cuando recuerda el cariño, la amabilidad y las condiciones con las que fueron acogidos los 3.000 españolitos que iban a pasar unos meses a la Unión Soviética y se quedaron, como en el caso de Araceli, más de 40 años. “En Leningrado había nueve casas para niños. Yo dormía en la número 4. Todo estaba limpísimo. Comíamos a su debido tiempo. Estudiábamos con maestros españoles y un poco de ruso. Fíjate lo que hizo la Unión Soviética que, como nos faltaban manuales de estudio, mandó que tradujeran libros para nosotros. Igualito que ahora”, repite.
Otra huida del fascismo Entre la escuela, juegos de trineos, visitas al teatro y muchas lágrimas contagiosas de morriña, discurrieron su infancia y adolescencia, interrumpidas de nuevo por otra guerra: “¡Parecía que los conäictos nos persiguieran y el que se avecinaba era mucho peor!”, exclama.
Se encontraba en Odesa, evacuada por miedo a la ofensa del fascismo,  donde, el mismo día que empezó la II Guerra Mundial en la URSS, la ciudad fue bombardeada volvieron a evacuarles. Navegó por los mares Negro y Caspio, atravesó el desierto de Asia Central hasta Samarcanda, casi en la frontera con Afganistán. La niña tuvo que aprender otro idioma, el uzbeko. Pasó hambre. Trabajó duro en los campos de algodón y como mano de obra bélica. Y los cuatro años de penurias finalizaron cuando, al final de la guerra, todo volvió a la normalidad, retomó los estudios que la convirtieron en ingeniera economista de ferrocarril y en funcionaria del Ministerio de Finanzas ruso.
En Moscú se enamoró. “Yo me quería casar con un español, fuera feo o guapo, porque yo aún tenía la idea de regresar a España y pensaba ‘si me caso con un ruso, me quedó aquí’. Y se casó con el hijo de un minero de Sama de Langreo: Laureano Fernández.
Y en el 62… a Cuba. Cuando estalló la crisis de los misiles, la Unión Soviética necesitaba traductores para sus asesores en la isla, y allí fueron su marido y ella.

Araceli, como traductora, entre un técnico ruso y uno cubano

En la localidad cubana de Pinar del Río conoció al Che, que se interesó por la historia de los Niños de la Guerra.
Me preguntó por mis padres. Yo le conté que llevaba casi treinta años sin verlos, que no sabía nada de ellos. Y él me contestó: ‘Pero si Cuba no ha roto relaciones con España’. Al cabo de una semana mis padres estaban en La Habana”.
Araceli estaba embarazada de su segundo hijo cuando volvió a ver a sus padres en el aeropuerto José Martí. “Mi padre tenía 76 años, mi madre 71. Y yo al verlos bajar por la escalerilla del avión, sólo lloraba. Había pasado tanto tiempo”.
Volvió a Moscú después de cuatro años, trabajando como locutora de radio hasta su jubilación, y después… el regreso.
 “Mi marido yo volvimos en el 69 a España, de vacaciones. Pero la policía franquista no nos dejaba en paz. Nos interrogaban sobre nuestro pasado en Rusia y en Cuba. Así que hicimos cruz y ralla y decidimos que hasta que no muriese Franco no volveríamos a España”. Con la mala suerte de que el marido de Araceli falleció sólo dos meses antes de que lo hiciese el dictador.

Araceli Ruiz y Dolores Cabra
Araceli, ahora, preside en Asturias la Asociación Niños de la Guerra.
Esta mujer de 94 años, pletórica de energía, comprometida en la causa de los refugiados, luchadora incansable, estará dos días en Cartagena, y tendrá cuatro encuentros con alumnado de varios IES de Cartagena en las mañanas de los días 17 y 18, terminando con una conferencia que ella y Dolores Cabra impartirán el próximo 18, a las 20,30 horas, en el salón de actos del Centro Cultural Ramón Alonso Luzzy, conferencia titulada “LOS NIÑOS DE LA GUERRA” a la que aportará sus experiencias personales, que estamos deseando oír de sus labios.

Bienvenida, Araceli.

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