Araceli fue uno de los 40.000 niños españoles que, entre el
1937 y 1938, fueron acogidos voluntariamente en la Europa de entreguerras.
“Mi padre quedó en la
cárcel. Mi madre, madre de seis hijas, se moría de pena cuando las bombas
comenzaron a caer sobre Gijón. Ella quería darnos una vida mejor y, cuando se
enteró de que la URSS iba a acoger a 3.000 niños españoles, no lo dudó y nos
apuntó”.
Entre los centenares de criaturas que las diputaciones de León
y Asturias refugiaron cerca del puerto
de El Musel hasta que su barco pudiera
partir, se encontraban Águeda, Conchita, Araceli y Angelines, cuatro de las
seis hermanas Ruíz.
“Te puedes imaginar
lo que era aquello; todos los niños llorando. La mayoría eran hijos de mineros.
Y así estuvimos varios días esperando porque el Cervera, el crucero de Franco
anclado frente al puerto, amenazaba con hundirnos”.
Araceli, en el centro |
… Y llegaron a Leningrado:
“Aquí éramos hijos
bastardos de republicanos. Allá, San Petersburgo se volcó en recibirnos con
pancartas que decían ‘bienvenidos los hijos del heroico pueblo español”.
“Igualito que ahora en Hungría o Macedonia” ironiza cuando recuerda el cariño,
la amabilidad y las condiciones con las que fueron acogidos los 3.000 españolitos
que iban a pasar unos meses a la Unión Soviética y se quedaron, como en el caso
de Araceli, más de 40 años. “En Leningrado había nueve casas para niños. Yo
dormía en la número 4. Todo estaba limpísimo. Comíamos a su debido tiempo.
Estudiábamos con maestros españoles y un poco de ruso. Fíjate lo que hizo la
Unión Soviética que, como nos faltaban manuales de estudio, mandó que
tradujeran libros para nosotros. Igualito que ahora”, repite.
Otra huida del fascismo Entre la escuela, juegos de trineos,
visitas al teatro y muchas lágrimas contagiosas de morriña, discurrieron su infancia y adolescencia, interrumpidas de nuevo por otra
guerra: “¡Parecía que los conäictos nos persiguieran y el que se avecinaba era
mucho peor!”, exclama.
Se encontraba en Odesa, evacuada por miedo a la ofensa del
fascismo, donde, el mismo día que empezó
la II Guerra Mundial en la URSS, la ciudad fue bombardeada volvieron a
evacuarles. Navegó por los mares Negro y Caspio, atravesó el desierto de Asia
Central hasta Samarcanda, casi en la frontera con Afganistán. La niña tuvo que
aprender otro idioma, el uzbeko. Pasó hambre. Trabajó duro en los campos de
algodón y como mano de obra bélica. Y los cuatro años de penurias finalizaron cuando, al final de la guerra,
todo volvió a la normalidad, retomó los estudios que la convirtieron en
ingeniera economista de ferrocarril y en funcionaria del Ministerio de Finanzas
ruso.
En Moscú se enamoró. “Yo me quería casar con un español,
fuera feo o guapo, porque yo aún tenía la idea de regresar a España y pensaba
‘si me caso con un ruso, me quedó aquí’. Y se casó con el hijo de un minero de
Sama de Langreo: Laureano Fernández.
Y en el 62… a Cuba. Cuando estalló la crisis de los misiles,
la Unión Soviética necesitaba traductores para sus asesores en la isla, y allí
fueron su marido y ella.
Araceli, como traductora, entre un técnico ruso y uno cubano |
En la localidad cubana de Pinar del Río conoció al Che, que
se interesó por la historia de los Niños de la Guerra.
“Me preguntó por mis padres. Yo le conté que llevaba casi
treinta años sin verlos, que no sabía nada de ellos. Y él me contestó: ‘Pero si
Cuba no ha roto relaciones con España’. Al cabo de una semana mis padres
estaban en La Habana”.
Araceli estaba embarazada de su segundo hijo cuando volvió a
ver a sus padres en el aeropuerto José Martí. “Mi padre tenía 76 años, mi madre
71. Y yo al verlos bajar por la escalerilla del avión, sólo lloraba. Había
pasado tanto tiempo”.
Volvió a Moscú después de cuatro años, trabajando como locutora de radio hasta su
jubilación, y después… el regreso.
“Mi marido yo
volvimos en el 69 a España, de vacaciones. Pero la policía franquista no nos
dejaba en paz. Nos interrogaban sobre nuestro pasado en Rusia y en Cuba. Así
que hicimos cruz y ralla y decidimos que hasta que no muriese Franco no
volveríamos a España”. Con la mala suerte de que el marido de Araceli falleció
sólo dos meses antes de que lo hiciese el dictador.
Araceli Ruiz y Dolores Cabra |
Araceli, ahora, preside en Asturias la Asociación Niños de
la Guerra.
Esta mujer de 94 años, pletórica de energía, comprometida en
la causa de los refugiados, luchadora incansable, estará dos días en Cartagena,
y tendrá cuatro encuentros con alumnado de varios IES de Cartagena en las
mañanas de los días 17 y 18, terminando con una conferencia que ella y Dolores
Cabra impartirán el próximo 18, a las 20,30 horas, en el salón de actos del
Centro Cultural Ramón Alonso Luzzy, conferencia titulada “LOS NIÑOS DE LA
GUERRA” a la que aportará sus experiencias personales, que estamos deseando
oír de sus labios.
Bienvenida, Araceli.
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