martes, 11 de marzo de 2014

In memoriam Nina Gálkina

Nina Gálkina, casada con un niño de la guerra, Emilio Gómez, fallecida en A Coruña el 4 de febrero de 2014.

AGE 7 Marzo 2014

Él había llegado a Moscú con seis años, en 1937, en pantalones cortos, vomitando por la borda de un carguero desde Gijón a Londres, y luego en el buque Kooperatsia hasta Leningrado, tiritando y asustado, con sus cuatro hermanos y otros mil cien niños y niñas apartados de sus familias por la guerra.
Ella le esperaba creciendo feliz, guapa y sana en la dacha campesina de Voscresenk, a orillas del río Moskva, en cuyas orillas espejean los abedules, y su boca de fruta soñaba con el país de las naranjas, sin saberlo.
Emilio creció en la Casa nº 1 de Pravda, estudió con provecho, aprendió ruso, viajó a Crimea, Saratov, Ucrania, y se hizo un joven apuesto e industrioso.
Emilio Gómez, en su despacho en el Ayuntamiento de Moscú.
También Nina creció, dejó la ribera de abedules, bajo cuyas raíces yacen los patriarcas, y en Moscú un día supo que las manzanas de oro que había soñado existían de verdad, pero venían desde muy lejos, y eran caras y escasas.
Como el destino ya había hecho sus planes, las coordenadas vitales del nieto de emigrantes ferrolanos y la hija de campesinos rusos se cruzaron una tarde de 1950 en la intersección latitud 55° 45 N, longitud, 37°37 E, en el punto exacto donde la primera mirada sabe que es para siempre.
Dos años después, Emilio y Nina se casaron y su banquete de boda fue un bocadillo, sentados en un parque de abedules. Bajo la lluvia, ella le confió que le gustaban las naranjas, él le prometió que tendría naranjas y cariño toda su vida, y cumplió su promesa hasta el final. Sus ojos decían la verdad: el galán de bigotito y la chica de largas trenzas han compartido 64 años, hasta el último aliento.
Emilio Gómez con su mujer, Nina Galkina, junto a una figura de la catedral de San Basilio, en Moscú. / v. echave

El 4 de febrero Nina regresó a la tierra; galán enamorado a su cabecera hasta el último minuto, Emilio. Ella se había despedido de sus hijos y nietos, entre ellos, mi amigo ruso-berciano, André, para quien hoy escribo. Se fue al lugar escogido, “¿qué te parece, Emilio, esta sombra de abedules para siempre?”. Al ir poniendo a su alrededor ramos de flores, como era su gusto, un avión sobrevoló respetuoso el cementerio de Liáns: me pareció que a bordo la mirada de Nina regresaba a Voscresenk, al punto exacto latitud Emilio Gómez, longitud Nina Galkina, donde el amor es certeza.
Valentín Carrera
Más sobre la historia de Nina y Emilio: 
La Opinión A Coruña (2010)

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