Paulatinamente las investigaciones sobre el Holocausto han procurado despejar la multitud de incógnitas que se planteaban ante la Historia acerca del comportamiento del Mal en su estado más puro.
A pesar de las últimas publicaciones y descubrimientos, (y en contra de lo que se pudiera pensar), el Holocausto nazi sigue mostrando multitud de lagunas y aspectos poco estudiados.
El Holocausto en la Historia de la Humanidad significa un nuevo concepto sobre la destrucción y la masacre: se trata de la persecución y eliminación calculada y sistemática de colectivos étnicos, políticos, religiosos y sociales, realizados de forma industrial y metódica.
Tras el hundimiento de la II República Española que dio fin a la Guerra Civil en abril de 1939, cantidades ingentes de republicanos españoles lograron penosamente alcanzar la frontera francesa buscando refugio en el suelo galo.
Desde su llegada, los republicanos españoles debieron soportar un trato cruel y unas condiciones de vida insoportables por parte de las autoridades francesas: fueron internados en campos de reagrupamiento, subalimentados y en condiciones sanitarias e higiénicas deplorables.
La derrota militar francesa ante ejército alemán en 1940 significó para muchos de estos españoles la necesidad de volver a retomar las armas ante la oleada de represión que se les avecinaba. Durante el inicio de la ocupación nazi, la Gestapo, en colaboración con las autoridades de Vichy y enviados especiales del gobierno del general Franco, procedieron al arresto masivo de los republicanos españoles, lo cual indujo a un número masivo de ellos a integrarse en las filas de la Resistencia francesa.
Desde una óptica pragmática, la experiencia bélica que los españoles portaban consigo era una oportunidad muy provechosa para los miembros de la Resistencia: conocimientos de las luchas guerrilleras, manejo de armas, espíritu de resistencia y alta motivación política antinazi.
La participación española en los combates librados contra el invasor alemán se concreta en la destrucción de ochenta y ocho locomotoras, ciento cincuenta puentes, la puesta fuera de combate de tres mil soldados de la Wehrmacht y la captura de diez mil prisioneros.
No obstante las unidades españolas durante la II Guerra Mundial pagaron un alto precio por su participación en los combates. Miles de ellos murieron en los campos de batalla y muchísimos miles más desaparecieron en los campos de concentración alemanes.
La deportación de presos republicanos españoles comenzó en el mes de julio de 1940.
Prácticamente todos los campos recibieron presos españoles, pero por orden de importancia citaremos: Mauthausen, Buchenwald y Dachau.
Entre los deportados figuraban guerrilleros de la Resistencia apresados en combate; personalidades políticas exiliadas de España, antiguos combatientes del Ejército republicano, simples exiliados y hasta familias enteras.
Cabe destacar que para los alemanes los presos españoles revestían de un alto grado de peligrosidad que los diferenciaba de otros colectivos nacionales por dos razones principales: sus fuertes convicciones antifascistas y, sobre todo, la experiencia militar adquirida durante la Guerra Civil donde la inmensa mayoría ya había luchado contra fuerzas alemanas.
Tal vez así se explique la especial ferocidad de las SS y la policía hitleriana en su trato hacia los presos españoles.
Aproximadamente el noventa por ciento de los deportados fallecieron en Mauthausen, campo abierto por orden personal de Himmler tras la anexión de Austria por la Alemania Nazi. Durante 1938 y 1940 los principales deportados fueron presos políticos de Austria y Alemania, población judía y presos procedentes de Checoslovaquia. Desde el verano de 1940 comienzan a llegar los primeros trenes con deportados españoles, especialmente durante el último trimestre de 1940 y comienzos de 1941.
Los españoles fueron marcados por un uniforme de presidiario de rayas blancas y azules verticales en el cual se distinguía un triángulo azul que los diferenciaba de los verdes, presos comunes; de los rojos, presos políticos de otras nacionalidades; de los negros, personas consideradas antisociales y de las estrellas amarillas, portada por los judíos.
Desde el principio, sobre los expendientes alemanes referidos a los españoles figuraban las siniestras iniciales NN (nacht und niebel – noche y niebla-), expresión que utilizaban los jerarcas nazis para designar una categoría de deportados que debían desaparecer sin dejar rastro.
El 21 de junio de 1941, aprovechando una sesión de desinfección general, algunos deportados españoles deciden crear una directiva política que sea común a todos los presos de esa nacionalidad. Es así como surge la primera organización española en Mauthausen destinada a llevar a cabo actos de resistencia y sabotaje contra la dirección nazi del campo. Este hecho tiene singular importancia: es la primera vez en un campo de concentración que un colectivo decide poseer una organización unitaria en vistas a realizar una insurrección armada.
Los propios presos españoles roban armas de la penitenciaría y organizan una estructura militar cuya dirección cayo en manos del antiguo oficial republicano Montero.
Con unos centenares de fusiles y quince ametralladoras, el 5 de mayo los españoles, en colaboración con organizaciones similares de checos y soviéticos, encabezan el levantamiento y consiguen apoderarse del campo y resistir un ataque de las SS, hasta la llegada de las fuerzas aliadas, quienes, para su sorpresa encuentran a la entrada del campo la bandera tricolor republicana.
Entrar en la vida interior de un campo de concentración era una experiencia desgarradora. Desde que se bajaba del tren la rutina que se conociera en la vida debía ser transformada violentamente.
Los prisioneros españoles, al igual que el resto, soportaron una alimentación escuálida, agua insalubre, barracones superpoblados y horas de trabajo interminables.
La jornada comenzaba muy temprano: por miedo a los guardias, se apresuraban a levantarse y a lavarse en los pocos grifos que habían cerca del barracón. Después se colocaban en una fila para recibir el ‘desayuno’, consistente generalmente en café aguado y un trozo de pan.
Tras una larga revista se formaban los escuadrones de trabajo y caminaban duras marchas con temperaturas muy bajas.
Al mediodía se servía un plato de sopa, casi siempre puré de avena acompañada de un poco de pan. Por la noche ingerían menos de cuatrocientas calorías que les proporcionaba otro plato de sopa aguada con algún trozo de patata o de malta.
Las palizas eran una rutina en Mauthausen y las humillaciones una constante diaria: se han contabilizado más de diez tipos de castigo diferentes: desde la denominada ‘celda de estar de pie’, hasta el de permanecer desnudo toda la noche en el patio del barracón con temperaturas bajo cero.
Según los datos de la Amicale Mauthausen los fallecidos murcianos fueron aproximadamente unos cuatrocientos y apenas una decena sobrevivió. Prácticamente toda la región de Murcia estuvo representada en los campos de exterminio. La cifras varían según la localidad, pero por orden de importancia citaremos, Murcia, Cartagena, Mazarrón y Lorca como las localidades que más ciudadanos vieron morir en el horror del Holocausto.
La historia de estos conciudadanos está todavía por reconstruir. Cabe destacar la dificultad que entrañaría un trabajo sobre la presencia murciana: la ausencia de fuentes documentales y el hecho de que apenas si quedan supervivientes. De los que sobrevivieron al Holocausto prácticamente ninguno regresó a la región. La mayoría de ellos se establecieron en Francia donde recibieron el reconocimiento tardío del país.
En España algunas comunidades autónoma han conmemorado la presencia de sus ciudadanos en el Holocausto y por tanto se impone en la Región de Murcia un reconocimiento oficial e institucional hacia la memoria de nuestros paisanos asesinados en el mayor altar de muerte y locura que la humanidad haya conocido.
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